Hay algo en cada artista que define su ser y estar, un poco
como el mar que siempre está ahí y siempre es diferente.
Al aproximarme a tu obra, mientras disfrutaba la coherencia
de color y forma, meditaba en la naturaleza del arte.
Así, donde no había nada, aparece de pronto
una experiencia, una interpretación de la realidad, una lectura con una
gramática individual para leer lo cotidiano y por tanto, aquello que nos define
en nuestro quehacer y caminar por la vida.
Veo tu obra, la admiro
profundamente, hago míos los rostros, algunos de ellos familiares y queridos,
enmarcados por formas que son una ensoñación de mundos tuyos y que recreas y
compartes.
La unicidad del arte, es decir, la terrible y profunda conciencia de
que aquello que pintas es único en todo el universo conocido. Único e
irrepetible, es una experiencia estética abrumadora.
En tus pinturas, quizá como nunca antes, esa conciencia es
muy natural: doblemente enigmática: Los rostros irrepetibles y la integración
imaginativa de tu obra.
Debemos agradecerte esta visión de la gente, la sencillez de
sus expresiones, los colores y las formas. Esta es una contribución tuya,
decisiva, que nos ayuda a comprender mejor nuestra propia realidad y nos empuja
a reflejarnos en el espejo de nosotros mismos.
Muchos esperamos que continúes
compartiendo con nosotros tu arte tan personal y característico.
Alejandro Rivera Domínguez
Mundo y Aparte
En cada niño hay un artista. Por desdicha, en la inmensa
mayoría de los casos ese intrépido poeta de la figura y el color va siendo
bloqueado por la indiferencia familiar, las prioridades y obligaciones
escolares y las urgencias de una vida social que valora más el cálculo que la
imaginación.
Los raros
sobrevivientes de este inexorable proceso son los dibujantes y los pintores que
vuelven sobre sus pasos, se apartan de la educación uniformizadora y desaprenden las claves simbólicas de la
vida adulta.
Malú Méndez, a quien
imagino trazando figuras en sus cuadernos infantiles, como hoy hacen sus hijas,
pertenece al selecto grupo de los artistas sobrevivientes.
Sus obras son
producto de un tenaz autoaprendizaje, de numerosas tentativas y pruebas que
venturosamente han desembocado en las atmósferas, figuras, colores y texturas
que nos circundan.
Una rosa es una rosa,
pero al artista le interesa la rosa única, la rosa concebida de una vez y para
siempre, cortada por fin y por fin plasmada. Con independencia de la profusión
y variedad de sus trabajos, los poetas, los músicos y los artistas plásticos,
buscan esa obra única, ensayada una y otra vez, obsesivamente perseguida.
Lo primero que me llama la atención de estos cuadros es su
movimiento interno. Un mundo en trance.
Una naturaleza que parece remitirse al séptimo de la
creación, un orbe sorprendido a media mudanza, autosuficiente pero expansivo.
En el límite superior de estos cuadros las nubes se fugan
hacia los lados como un telón celestial que revela el esplendor de la tierra,
la belleza diseminada en los árboles, los prados y las flores, la presencia de
aves, leones y minotauros, es decir, de los animales reales e inventados que
aman y asedian los niños.
En virtud de esa
dinámica no sorprende que las montañas se eleven y quedan graciosamente
suspendidas, como islas olímpicas o minúsculos planetas.
Algunos pintores muestran el horror de la vida, la soberbia
indiferencia de la naturaleza y la agobiante repetición de las cosas.
Igualmente legítimo y deseable, pero más raro, es reconocer los intersticios
luminosos de la existencia cotidiana.
Malú prefiere los
delgados senderos de la dicha, los momentos afortunados. Sus retratos tienen
como marco los exuberantes jardines de la felicidad. La plenitud de esos
jardines contagia el ánimo de sus
personajes, agrega brillo a sus ojos, le imprime colorido a sus indumentarias.
Malú busca el alma de lugares y personas. Ama lo que pinta,
y en sus mejores momentos plasma las emociones que circulan entre sus personajes. A mí me conmueven especialmente
los retratos de sus hijas, de mi hermano Leopoldo y de ella misma, reveladores
de una ternura y una comunión inexpresables por otros medios.
No es casual que Malú prefiera los retratos de dúos, tríos y grupos.
No es casual que Malú prefiera los retratos de dúos, tríos y grupos.
Sus personajes que siempre contemplan a quien los contempla,
participan de sentimientos comunes. Se dicen,
entre sí, que estar juntos es decisivo para la identidad de cada uno.
Como personaje de uno de sus cuadros, espero llegar un día
al mundo y aparte que Malú me destinó en compañía de Martha. Gracias.
Antonio
Noyola
Isabelle y Nicolás