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4/24/13

Familias y Paisajes





Hay algo en cada artista que define su ser y estar, un poco como el mar que siempre está ahí y siempre es diferente.



Al aproximarme a tu obra, mientras disfrutaba la coherencia de color y forma, meditaba en la naturaleza del arte.



  Así, donde no había nada, aparece de pronto una experiencia, una interpretación de la realidad, una lectura con una gramática individual para leer lo cotidiano y por tanto, aquello que nos define en nuestro quehacer y caminar por la vida.



 Veo tu obra, la admiro profundamente, hago míos los rostros, algunos de ellos familiares y queridos, enmarcados por formas que son una ensoñación de mundos tuyos y que recreas y compartes.
La unicidad del arte, es decir, la terrible y profunda conciencia de que aquello que pintas es único en todo el universo conocido. Único e irrepetible, es una experiencia estética abrumadora.




En tus pinturas, quizá como nunca antes, esa conciencia es muy natural: doblemente enigmática: Los rostros irrepetibles y la integración imaginativa de tu obra.



Debemos agradecerte esta visión de la gente, la sencillez de sus expresiones, los colores y las formas. Esta es una contribución tuya, decisiva, que nos ayuda a comprender mejor nuestra propia realidad y nos empuja a reflejarnos en el espejo de nosotros mismos.
Muchos esperamos que continúes compartiendo con nosotros tu arte tan personal y característico.


Alejandro Rivera Domínguez


Mundo y Aparte



En cada niño hay un artista. Por desdicha, en la inmensa mayoría de los casos ese intrépido poeta de la figura y el color va siendo bloqueado por la indiferencia familiar, las prioridades y obligaciones escolares y las urgencias de una vida social que valora más el cálculo que la imaginación.




  Los raros sobrevivientes de este inexorable proceso son los dibujantes y los pintores que vuelven sobre sus pasos, se apartan de la educación uniformizadora  y desaprenden las claves simbólicas de la vida adulta.
 Malú Méndez,  a quien imagino trazando figuras en sus cuadernos infantiles, como hoy hacen sus hijas, pertenece al selecto grupo de los artistas sobrevivientes.
A la recuperación del éxtasis primigenio debe añadirse el arduo dominio técnico que imparten los buenos maestros y balbucean los incompetentes. Aunque pasó por escuelas de arte, Malú no es una pintora académica.



 Sus obras son producto de un tenaz autoaprendizaje, de numerosas tentativas y pruebas que venturosamente han desembocado en las atmósferas, figuras, colores y texturas que nos circundan.
 Para configurar plásticamente el mundo y la vida se requiere imaginación y coraje, talento y ambición.  La ecuación es más infrecuente de lo que parece, pues sobre el flujo de imágenes mentales debe ejercerse la voluntad de la representación única e intransferible.




 Una rosa es una rosa, pero al artista le interesa la rosa única, la rosa concebida de una vez y para siempre, cortada por fin y por fin plasmada. Con independencia de la profusión y variedad de sus trabajos, los poetas, los músicos y los artistas plásticos, buscan esa obra única, ensayada una y otra vez, obsesivamente perseguida.
 Los paisajes y retratos de Malú, entre los cuales puede percibirse una fluida comunicación, pertenecen a la misma búsqueda y configuran uno y el mismo mundo.



Lo primero que me llama la atención de estos cuadros es su movimiento interno. Un mundo en trance. 
Una naturaleza que parece remitirse al séptimo de la creación, un orbe sorprendido a media mudanza, autosuficiente pero expansivo.  
En el límite superior de estos cuadros las nubes se fugan hacia los lados como un telón celestial que revela el esplendor de la tierra, la belleza diseminada en los árboles, los prados y las flores, la presencia de aves, leones y minotauros, es decir, de los animales reales e inventados que aman y asedian los niños.




En virtud de esa dinámica no sorprende que las montañas se eleven y quedan graciosamente suspendidas, como islas olímpicas o minúsculos planetas.
Algunos pintores muestran el horror de la vida, la soberbia indiferencia de la naturaleza y la agobiante repetición de las cosas. Igualmente legítimo y deseable, pero más raro, es reconocer los intersticios luminosos de la existencia cotidiana. 
 No podemos cerrar los ojos al dolor; pero conviene abrirlos, así sea de vez en cuando,   a los arrebatos vivificantes.




 Malú prefiere los delgados senderos de la dicha, los momentos afortunados. Sus retratos tienen como marco los exuberantes jardines de la felicidad. La plenitud de esos jardines contagia  el ánimo de sus personajes, agrega brillo a sus ojos, le imprime colorido a sus indumentarias.



Malú busca el alma de lugares y personas. Ama lo que pinta, y en sus mejores momentos plasma las emociones que circulan entre sus  personajes. A mí me conmueven especialmente los retratos de sus hijas, de mi hermano Leopoldo y de ella misma, reveladores de una ternura y una comunión inexpresables por otros medios.



 No es casual que Malú prefiera los retratos de dúos, tríos y grupos.
Sus personajes que siempre contemplan a quien los contempla, participan de sentimientos comunes. Se dicen,  entre sí, que estar juntos es decisivo para la identidad de cada uno.



Como personaje de uno de sus cuadros, espero llegar un día al mundo y aparte que Malú me destinó en compañía de Martha. Gracias.
                                                                       Antonio Noyola




Isabelle y Nicolás

4/22/13



Semblanza

Malú Méndez Lavielle pertenece a una antigua familia de ingenieros de la Ciudad de México del lado paterno, en tanto que del materno su familia proviene de Veracruz y anteriormente de la isla de Cuba, a donde llegó su bisabuelo de origen francés. 





Digital 

Hija del ingeniero Luis Méndez Izquierdo, que construyó los primeros grandes puentes y carreteras que unen el centro del país con el sureste maya mexicano, y de la pintora veracruzana Guadalupe Lavielle Rueda, de quienes heredó la perseverancia y el talento artístico que la ha distinguido desde niña.






Malú Méndez Lavielle nació en la Ciudad de México el 28 de Diciembre en  los 60's,  donde realizó sus estudios elementales. En 1980 realiza una estancia en Barcelona en la que estudia arte, de regreso a México establece su residencia en el estado de Veracruz, donde estudia piano y flauta transversa en el Conservatorio de Xalapa, posteriormente hace estudios de pintura en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana, así como en la UVYD de la Ciudad de México en 1986, donde participa en el Taller de papel maché con maestros de Alburquerque, EU en agosto de 1987.





La obra pictórica de Malú Méndez Lavielle está sustentada en la técnica de óleo, que ha trabajado profusamente tanto en papel como en lienzo; en los últimos años destaca una prolífica producción de pintura digital y, en menor medida, escultura en arcilla cruda. Reacia a las exposiciones, ha debido aceptar tres muestras individuales donde ha podido exhibir un muestra representativa de su obra: Familias a color, en las Galerías del Palacio Municipal de la ciudad Puebla, diciembre de 2001; Caras vemos, en la sala de exposiciones de la Secretaría de Finanzas del Estado de Puebla, Diciembre de 2001 e Indagaciones paralelas, en la galería Casa Nueve de Cholula, Puebla, diciembre de 2012.



Actualmente sus retratos y pinturas se hallan en colecciones particulares de Australia, Texas, Chile, Francia y Alemania, así como el Distrito Federal, Cuernavaca, Jalapa, Cancún, Chihuahua y Puebla.







El corel draw utilizado como herramienta de pintura.




Juegos luminosos



En la mira



Payasita observadora



Sueño todo azul



Visos magentas




Humareda


Sombras azules
No te dobles

Mi frente donde la luna es una inscripción... José Carlos Becerra